
Esta época de vorágine
extrema en muchos aspectos, donde todo transcurre velozmente y nada tiene un
tiempo para el análisis sereno, ni interpretaciones apacibles, uno trata de
adaptarse y navegar de la forma más sosegada para no caer en la maquinaria
intrépida en la que nos van arriando como parte de un colectivo dominado por la
insensatez, el disparate, la imprudencia y el absurdo. Formo parte del ámbito
artístico desde hace cuatro décadas y he pasado por casi todos los estados que
mi profesión detenta; desde la temprana irrupción triunfante con ventas
discográficas masivas en buena parte de Latinoamérica, recitales colmados de
enfervorizadas jovencitas y muchachos empáticos que me brindaban su afecto y
cariño, pasando por la fuerte exposición mediática que, muchas veces, el éxito
genera, provocando la popularidad trascendental que se fantasea con alcanzar
cuando uno inicia el sendero a recorrer; hasta épocas de extrema quietud
profesional, bajo perfil y ostracismo categórico, donde la calma es la mejor
aliada para darse cuenta que la vida nos brinda esos vaivenes como prueba de fuerza,
temple y vigor. Sé que escribir textos extensos, hoy, es para un grupo selecto
destacado y que un gran porcentaje de navegantes cibernéticos prefieren la
inmediatez y lo acotado, pero para compartir una idea cabal de lo que se quiere
expresar, a veces, requiere de un desarrollo un poco más extenso que ciento
cuarenta caracteres. Cualquier concepto requiere un correlato y una explicación
correspondientes para dejar la idea asentada en forma concreta. Iba a hablar de
las vicisitudes que cada época nos impone, y digo, iba, porque mientras voy
escribiendo, me doy cuenta que es una contradicción extenderme en el
pensamiento, ya que la actualidad nos arrastra a la celeridad y premura de
cualquier consideración. Me contradigo, sí, pero intento acoplarme a las reglas
impuestas de la era; no seré extenso, aunque el texto ya lo sea, y lo dejo para
otro momento y otro espacio. A pesar de querer compartir mis sentimientos por
la triste realidad social y económica que vivimos los argentinos, retrocedo en
mi idea y llego hasta aquí, sin dejar de mencionar que me produce pena,
frustración y desilusión ver cómo una gran mayoría de la población se encuentra
adormecida, aletargada y entumecida, sin reacción, ante el atropello feroz que
sufrimos como sociedad. Cierro diciendo que, muchas veces, me pregunto si todo
tiempo pasado fue mejor y a pesar de no tener una respuesta precisa, creo que
pensarlo (por momentos) es una forma de contrarrestar las emociones negativas
de la actualidad y los sentimientos de vulnerabilidad que la realidad nos presenta.
Lo último que hay que perder es la fe y
la confianza en cualquier ocasión de la vida, inclusive en las que uno no
vislumbre un horizonte fulgurante en lo inmediato, ni a mediano plazo.