Un
día como hoy, 27 de marzo, pero de 1901, nacía Enrique Santos Discépolo, un
hombre que a mi criterio, se encuentra entre los artistas más lúcidos,
brillantes y sobresalientes de nuestro arte popular. Fue un admirable letrista
y compositor, autor de tangos profundos, crudos y tan realistas como bellos,
dramaturgo, actor, creador inigualable que además de escribir varias obras de
teatro, dirigir y ser guionista de diversos films, pensó desde su ideología peronista, un personaje radial con
el sobrenombre de “Mordisquito”, combatiendo a
los que consideraba ‘oligarcas’ y ‘cipayos’, hecho que le produjo bastantes
disgustos en la fase final de su vida.
Su corta vida de 50 años, le bastó para dejar en la eternidad creaciones sobresalientes como "Cambalache", "Yira, yira", "Uno", "Malevaje", "Chorra", "Fangal", "Desencanto", "El choclo", "Esta noche me emborracho", "Cafetín de Buenos Aires" y "Canción desesperada", entre otras.
En este artículo del Diario El País de Montevideo, Uruguay, mi
recuerdo y evocación para un artista irrepetible, que se destacó en una época determinante
de nuestro país y quedará para siempre en la memoria de nuestra historia como
un ‘adelantado’ a su tiempo por el admirable y descollante ingenio que lo
caracterizó en toda su obra artística.
ENRIQUE SANTOS DISCÉPOLO
Enrique Santos Discépolo Deluchi, conocido como ‘Discepolín’, nació en
el barrio porteño de Balvanera y murió en la misma ciudad de un síncope al
corazón, 50 años después. Tras el fallecimiento de sus padres, su hermano
Armando, 14 años mayor, se convirtió en su maestro y le descubrió la vocación
por el teatro. El autor de la
famosa letra de tango "Cambalache", decide en 1918 -tenía apenas 17
años-representar su primera obra teatral. Había debutado un año antes como
actor más que secundario, en una obra ya olvidada –‘El chueco Pintos’- en el
papel de portero de un conventillo. Actuaba al lado del entonces famoso actor
cómico Roberto Casaux, recién separado de la compañía de Florencio Parravicini,
forjadores del teatro nacional argentino y rioplatense.
La obra de E. Santos, como firmaba por la época, se llamaba ‘Los duendes’ y
tenía un argumento pueril. Una familia compra una casa que imagina habitada por
duendes. Para solucionar el problema, los nuevos dueños contratan a dos
detectives que no averiguan nada y que se dedican a comer todo el tiempo a
costa de los ingenuos dueños. Una mezcla de trama policial con humor tonto. Las
críticas fueron justas y por lo tanto desfavorables, aunque la obra se
estrenó en el Nacional y contó entre su elenco con una joven y prometedora
actriz: Olinda Bozán. Ante el fracaso, Enrique cambia la pisada. En su
segundo intento se reserva el modesto y precavido rol
de "adaptador" en la obra ‘El señor cura’, basada en un cuento
de Guy de Maupassant. La trama de la obra debió causar algún revuelo en la
época. Un cura descubre que antes de ordenarse sacerdote tuvo un hijo
natural. El hijo es un individuo malévolo, y el cura debe convertirlo para
salvar su alma de la que es responsable como padre biológico y como sacerdote. Durante
un monólogo el cura desliza: "¿Por qué, Señor, esta maldición a mi
edad? ¿Este es el pago a mis 25 años de santidad y de calma…? Si
eres quien me abandona, ¿dónde he de encontrar la protección que
necesito?" El hombre que se cree justo -lo sea o no- increpa a Dios
por haberlo abandonado. Ha nacido la clásica frase interrogativa
discepoliana. Y con ella, un apellido convertido en adjetivo, lo
discepoliano -procedimiento reservado a Kafka, Fellini o Borges- que
define la situación de desamparo del hombre ante un destino que no logra
comprender y que lo abruma con su perversa mezcla de abuso, negligencia,
banalidad.
RAÍCES
Antonio Discépolo y Carmen Silano -los abuelos campesinos
y analfabetos de Enrique Santos Discépolo- tuvieron un hijo músico
y aventurero. Se llamaba Santo y había nacido en 1850. Egresado
del Conservatorio Real de Nápoles, en donde estudió instrumentos de
viento, piano y contrabajo, Santo decidió emigrar hacia Argentina con 21
años para "hacer la
América ". Lo esperaba un país gobernado por Sarmiento
con dos millones de habitantes que en 1871 recibió a 14 mil europeos, 10
mil de ellos italianos. La torrencial presencia inmigrante y su
mestizaje con los criollos desclasados, que también emigraban hacia Buenos
Aires, produjo un movimiento cultural sin precedentes en la región,
cuyo epicentro fue el más sórdido suburbio. El nieto de aquellos campesinos analfabetos
sintetizaría las características de este producto cultural, en la letra
que escribió en 1947 para el tango "El choclo" de
Ángel Villoldo: "mezcla de rabia, de dolor, de fe, de ausencia/
llorando en la inocencia de un ritmo juguetón". Ese suburbio mestizo,
paupérrimo, hacinaba a criollos y gringos en los más de tres mil
conventillos que tenía Buenos Aires antes de 1890, con una población que
ascendía a unas 200 mil personas. La música salvó a Santo del destino
atroz del conventillo: fue reclutado como miembro de la Banda de Policía y Bomberos
de la ciudad. Un dato nada menor señala que de los 30 mil italianos que
residían en la Argentina ,
300 eran músicos. Santo se integra a la sociedad que, mal que bien, lo
acoge: se casa en 1875 con Luisa de Luque -también inmigrante- y forma
parte de la orquesta del Teatro San Martín, inaugurado en 1887. Más tarde
fundará una de las primeras academias de enseñanza musical y hasta
escribirá un tango -"Payaso"- en honor de su amigo Frank Brown,
payaso y actor de circo. En 1886 muere Amalia, su primera hija, al año
siguiente nace Armando -autor de sainetes y creador del grotesco criollo-,
en 1891 nace Rodolfo, en 1899 Otilia Margarita y el 27 de marzo de 1901,
Enrique.
La muerte de Santo en 1906 deja a Enrique al cuidado de Armando y de
la mano de éste -su madre muere en 1910- recorrerá el barrio, la noche
y los teatros: Parque Patricios, el café ‘Los Inmortales’, el deslumbramiento
con la actuación. Lee al anarquista Rafael Barrett, se relaciona con el
pintor, grabador y agitador cultural Guillermo Facio Hebecquer, integra la Asociación de Artistas
del Pueblo fundada por aquel, se hace cargo de la desgracia de los más
humildes, toma nota y partido. Ingresa al Instituto Normal -Enrique quería
ser maestro- y participa de la huelga de alumnos de 1915. Su desempeño
como estudiante tuvo perfiles discepolianos. Como no se requería documento
de identidad para rendir exámenes, Enrique sustituía fraudulentamente a
sus compañeros. Cuando le llegó el turno de rendir, fue reprobado.
EPIFANÍA TANGUERA
Abandonado todo intento educativo formal,
Enrique seguía preocupado por el teatro. En 1920 la compañía de Blanca
Podestá le estrena ‘Día feriado’, que es una historia de desengaños: un
joven -Gastón- se entera de que su novia se escapó a Chile con otro
hombre. Gastón en el monólogo final anuncia toda la posterior
poética discepoliana: "Es una mujer como tantas que a fuerza de
recibir de los hombres un desengaño tras otro, termina por no creer a ninguno".
Hasta aquí una descripción que justifica al que burla porque es burlado
al que, hipócritamente, se le exige lealtad, conducta, honor. La
condena suele ser muy dura para los más débiles y el asunto no sólo
queda relegado a las cuestiones amorosas como bien lo sabía Enrique,
lector de Rafael Barrett. Pero Gastón agrega: "En cuanto a mí,
obsesionado por ese deseo inocente que a veces acomete, pensando regenerar
su vida, llegué a quererla. Ella no llegó nunca a comprender esto, o quizá
descubrió que en mi cariño había una gran dosis de compasión." En
1929 escribirá la letra y la música del tango "Soy un arlequín"
que es la síntesis de esta decepción profunda acerca del perdón -tanto del que
perdona como del perdonado- convertida en lema de vida. El tratamiento,
que a veces es misógino y a veces sarcástico, denuncia la permanente
sorpresa del hombre bueno ante la ingratitud de sus semejantes: "Soy
un arlequín/ un arlequín que salta y baila/ para ocultar/ su corazón lleno de
pena./ Me clavó en la cruz/ tu folletín de Magdalena/ porque soñé que era
Jesús/ y te salvaba." El mensaje evangélico de la conversión a partir
del amor se arruina, la emulación de Jesús ya no es suficiente, y la
pecadora arrepentida no desea la santidad sino la supervivencia
confortable. La crucifixión convertida en folletín. El poema termina con
un verso atroz: “Cuánto dolor que hace reír". Discépolo no sólo atisba la
impiedad humana -y el correspondiente silencio de Dios- sino que profetiza
el uso del dolor como espectáculo. Sólo faltaban los medios masivos de
comunicación, y ellos llegaron a la cita.
LOS CINCO PRIMEROS
No obstante el primer tango que compuso Enrique no auguraba nada
trascendental. Fue escrito durante la estadía de Discépolo en San José y
Montevideo en algún momento del último tercio de 1923. Se llamó
"Bizcochito" y si bien figura como autor José Saldías
-dramaturgo y director de renombre- el tango es de Discépolo. Se estrenó
en mayo de 1924 en una obra de Saldías -La Porota- y en la letra hay
algún momento de denuncia social, porque Bizcochito -que era el apodo de
una apetecible chica- es una joven del suburbio y en ella se
reivindica expresamente la belleza vilipendiada del arrabal. Y poca cosa
más. Los cuatro tangos que le siguen ya son pequeñas obras de teatro de
tres minutos de duración. Esta proeza proviene de la tarea de Enrique
como dramaturgo pero sobre todo de la memoria vital y de ciertos
principios que detalló en 1929: "Escribo tangos porque me atrae su
ritmo. Lo siento con la intensidad de muy pocas otras cosas. Su síntesis
es un desafío que me provoca y que yo acepto complacido, aun a riesgo de
los malos ratos que paso gestándolos. ¡Decir tantas cosas en tan corto espacio! ¡Qué
difícil y qué lindo! Me subyuga esa lucha. Dicen que sacrifico la línea
melódica en homenaje a la letra, y están en un error. Yo
rompo intencionalmente la imagen musical trazada. Me lo exige la necesidad. Quiero
que la música diga lo que luego aclararán más las palabras."
Su segundo tango, "Qué vachaché", va por este camino. Fue
creado durante una gira uruguaya de la Compañía Rioplatense de Sainetes y
estrenado en Montevideo por Mecha Delgado en 1926. Según las crónicas de
la época, todo ocurrió ante la indiferencia del público que no entendió
esa historia de una mujer que le exigía a su compañero el abandono
de ciertos ideales de cambio social, de solidaridad con los
desgraciados: "no te das cuenta que sos un engrupido/ te creés que al
mundo lo vas a arreglar vos/ si aquí ni Dios rescata lo perdido/ ¿qué
querés vos?, ¡hacé el favor!" Escepticismo fatalista y sabiduría
popular: "el verdadero amor se ahogó en la sopa/ la panza es reina y
el dinero es Dios" son versos que prefiguran el tango "Cambalache".
Cuando en 1927 Carlos Gardel grabó en Barcelona este tango, el éxito borró
el gusto amargo del estreno.
El siguiente tango de Discépolo llevaba un primer título sugestivo
- "Cuando te apaguen la vela"- pero se hizo famoso como
"Yira-yira". Lo estrenó Sofía Bozán en 1927 en una obra de
título extraño: Qué hacemos con el estadio, y fue un éxito. Discépolo
habla de tres años de gestación de una letra que le recuerda una época de
desastre económico, dando vueltas y vueltas sin demasiado sentido. El tono
sentencioso de la letra admite este origen. "Yira-yira" es
incluido en los primeros video clips filmados por Eduardo Morera entre
octubre y noviembre de 1930. En el cortometraje Discépolo dialoga con
Gardel y le explica el por qué del tono amargo de su tango: "Es un
hombre que ha vivido la bella esperanza de la fraternidad durante cuarenta
años, y, de pronto, un día a los cuarenta años, se desayuna con que los
hombres son unas fieras". El chiste que Discépolo descerraja luego de
un comentario ingenuo de Gardel, es una oportunidad para que el otro
Discépolo -el actor, el brillante charlista, el humorista- apareciera.
Pero el comentario expresa y ratifica la poética discepoliana: "verás
que todo es mentira/ verás que nada es amor/ que al mundo nada le importa/
yira, yira". La metáfora inicial del poema, ("cuando la suerte que es
grela") es un logro poético inusual en donde en extraña dosis
homeopática, se mezclan el habla culta y el lunfardo. Una grela es una
mujer, en lunfardo -la acepción de grela como suciedad es de la década de
los `60- y remite al tópico literario de la mujer como ser veleidoso,
mudable. El desengaño amoroso que estableció Contursi se ha profundizado
en la falta de toda ayuda por parte del prójimo, consecuencia lógica del
vacío existencial de la primera posguerra y del fin de los "años
locos": "cuando estén secas las pilas/ de todos los timbres/ que
vos apretás/ buscando un pecho fraterno donde morir abrazao". Tono y
ambiente coloquial para redondear la desdicha humana: "cuando no
tengas ni fe/ ni yerba de ayer/ secándose al sol", en donde el
escepticismo se mezcla con las costumbres más comunes. La casa y sus
rutinas están vacías de Dios y de fraternidad. Y el desempleo como plus de
modernidad del capitalismo tardío: "cuando rajés los tamangos/
buscando ese mango/ que te haga morfar".
Los dos últimos tangos que compone en esta
primera hornada son: "Chorra", estrenado por el actor cómico
Marcos Caplán en abril de 1928 en una obra de los hermanos De Bassi
-empresarios versátiles relacionados con el tango y con Armando Discépolo-
llamada Las horas alegres, y "Esta noche me emborracho"
estrenada en mayo del mismo año por la famosa cantante Azucena Maizani, en
la comedia musical, ‘Bertoldo, Bertoldino y el otro’, pese a que la voz
que relata la historia es indudablemente masculina. Resulta lógico el
ambiente teatral del estreno, de hecho los tangos son dos historias
teatrales de tres minutos. En "Chorra" hay momentos sublimes del
mejor humor discepoliano. La mujer que engaña al pobre feriante haciéndole
el cuento del tío con su prosapia familiar -tiene una madre "noble
viuda de un guerrero"- es retratada en su falsía con unos versos que
se utilizan hoy en día como síntesis del desengaño: "hoy me entero
que tu mama/ noble viuda de un guerrero/ es la chorra de más fama que pisó
la 33/ y he sabido que el guerrero que murió lleno de honor/ ni murió ni
fue guerrero/ como me engrupiste vos." El verbo clave es engrupir,
del lunfardo grupo que define a un estafador y que a su vez tiene origen
español, en donde la palabra grupo tipifica al que roba utilizando un
gancho. El que engrupe engancha con un engaño. De allí el juego que
establece Discépolo entre la ganchera y el mostrador -los únicos bienes de
feriante- que el timado protagonista ha perdido.
"Esta noche me emborracho" es de un
tono de decadencia digno de Goya, de hecho es una pintura rítmica desde el
primer verso: "Sola, fané, descangayada". Enrique ha
perfeccionado el uso del lunfardo, lo que lo acerca al pueblo más llano, a
la vez que le aporta una sonoridad subyugante ligada a su heredada e
incompleta formación musical. Fané proviene del francés, se faner (perder
la belleza) y en lunfardo adquiere un matiz cosificante y sombrío:
desgastado, estropeado. Descangayada -gastada, arruinada- deriva del portugués escangalhado (quebrantado, arruinado) en una redundancia trágica que obligará al hombre a volver la cara y echarse a llorar ante la destrucción
de la belleza y de su propio pasado. Una alegoría cruel y perfecta
del deterioro humano provocado por una sociedad que todo lo vende y que
todo lo compra. La sociedad mestiza del suburbio de las grandes ciudades
del Plata, entiende el mensaje de Enrique, se siente identificada con
el poeta, lo admira y él, los refleja. Esa gente desclasada comprende
la penuria de lo que se malogra. Tiene en Enrique a su poeta como tendrá
en Perón a su líder. Y ambos estarán juntos en poco tiempo.
VIDA, MUERTE, SÍMBOLO
En 1927, el solitario Enrique, el eterno
hermano de Armando, el hombre de mundo, el de las letras escépticas
pero popularísimas, el dramaturgo y actor, el de las interminables
tertulias anarquistas, no sabe que está a punto de encontrarse con el amor
de su vida. En el Follies - un cabaré ubicado en Cerrito y Diagonal
Norte- canta una muchacha española de 26 años, de nombre exótico:
Tania Mexican. Tania era toledana y estaba casada con el músico de
varieté Antonio Fernández Rodríguez, con el que tenía dos hijas, una
fallecida y otra al cuidado de la abuela materna. Antonio Fernández, su
hermano Paco, y Tania como cupletista y principal atracción, formaron un
trío con nombre ardoroso: Les Mexican. Actuaron en Barcelona,
Marruecos, Montevideo y Río de Janeiro. En Buenos Aires y mientras el
matrimonio naufragaba, Tania captó la atención de Roberto Firpo y Osvaldo
Fresedo, que la acompañaron en sus recreaciones entre zafadas y divertidas de
los tangos "Niño bien", "Lechuza" y en especial
"Esta noche me emborracho", el gran éxito de Enrique. Anita
Luciano Divis -Tania era un anagrama- supo que Discépolo había ido a escucharla
aquella noche de 1927 en el Follies, y también supo cuando el oriental
José Razzano los presentó, que aquel muchacho entre tímido y desamparado,
había quedado seducido por las maneras automáticas del flirteo inherentes
a la interpretación del cuplé. En 1928 vivían juntos, pese a las
prevenciones que Tania despertaba entre las amistades de Enrique que la
catalogaban de ambiciosa, frívola, interesada. El distanciamiento con
Armando nace por esos años, y cobra forma definitiva en 1947 tras un largo
proceso en donde la amistad de Tania con Eva Perón y el feroz peronismo de
Enrique, separaron a los dos hermanos y compinches, en una especie de
alegoría familiar de la historia argentina.
En el libro de Sergio Pujol, ‘Discépolo’, la relación entre Enrique
y Tania es definida de manera casi taxativa: "En cierto modo, esa
mujer era la antítesis de Enrique. Cuando Razzano los presentó, ella
dominó la situación. A primera vista descubrió la atracción que provocaba
en aquel autor de tangos vacilante y debilucho. Pronto sabría que la
debilidad no era tal; que Enrique, si bien desprotegido en muchos
aspectos, tenía sus formas de dominio". La relación amorosa y
artística entre ambos fue fecunda. Tania estrenó el tango "Uno",
acaso el arte poética discepoliana con su lema lúcido e ingenuo:
"querer sin presentir", símbolo de la entrega gratuita
que supone todo amor verdadero. Y es desde ese ángulo de inocencia
burguesa hastiada por la falsía amorosa, que Discépolo pasó a enjuiciar el
atropello político de la "década infame", entre la caída de
Hipólito Yrigoyen y el ascenso del coronel Perón. Letras como
"Cambalache" de 1934, con su agria resignación fatalista,
encuentran en Perón el atajo, la posibilidad. Sólo en ese marco de fe
ciega en la justicia por fin triunfante, pudo Discépolo aceptar intervenir en
la audición radial "Pienso y digo lo que pienso" en apoyo a la
reelección de Perón. En esas audiciones, entre mayo y noviembre de 1951,
Discépolo quemó las naves. Leyó a puro sarcasmo los libretos escritos por
Abel Santa Cruz en los que se respondía a las críticas de un personaje que
nunca sugestivamente tuvo voz pero sí apodo: Mordisquito. Ese mudo y
anónimo antiperonista se volvió contra el mito porteño que ya era Enrique
y lo aisló. Discépolo acusó el golpe desde el asombro: no entendía del
todo esa ferocidad contra él, que seguía siendo el mismo Discepolín de
siempre.
Entre los preparativos de la Noche Buena de 1951, un Discépolo
consumido todavía hacía chistes. Estaba tan flaco -pesaba menos de 40
quilos- que aconsejó a su médico que las inyecciones se las aplicaran en
el sobretodo. Murió el 23 de diciembre a las 23:15, sentado en un sillón, observando
a la gente desde la ventana de su departamento. Los primeros dolientes que
llegaron a su velatorio fueron las coperas que alternaban en el Tibidabo y
en el Marabú. Estuvieron poco tiempo y se fueron llorando por Lavalle a
trabajar, como todas las noches. "La gente se te arrima con su montón
de penas/ y tú las acaricias casi con un temblor/ te duele como propia la
cicatriz ajena/ aquél no tuvo suerte y esta no tuvo amor" había
escrito su amigo, el poeta Homero Manzi.
"CAMBALACHE"
"UNO"
"EL HINCHA"