¡Qué difícil es esta profesión! Hablo de la mía... de mi profesión, la del cantante, la del músico, la del compositor, la del autor, la del actor, la del conductor, la del productor, la del director, la del artista... Es difícil, bella, injusta, maravillosa, ingrata, mágica, triste, alegre, cruda, ingenua, fructífera, única... podría continuar mencionando palabras que la sigan definiendo, pero la más presente en mi pensamiento, hoy, es “difícil”.
Todas las actividades, las carreras, los oficios tienen sus bemoles, sus lados buenos y malos, pero la artística se potencia aún más, porque al ser un trabajo de exposición, uno siempre está al descubierto, desprotegido, sin más que su idea, su capacidad (mucha o poca, no importa) sus ganas y su ego, que es el que muchas veces nos traiciona, nos embauca, nos confunde, nos engaña y nos duele. No es fácil para nadie ser maltratado en su ego, pero para el artista, me parece que es mucho peor que para cualquier otra ocupación. Trabajamos dentro del arte, porque en definitiva, en mayor o menor medida, los artistas somos ególatras y es lo primero que se hiere, que se resiente, que se daña, cuando las cosas no salen como se quieren o imaginan. Más allá de esta simple y quizás pasajera reflexión que escribo al respecto, siento la necesidad interior de guardar en este espacio propio, una sensación que me surge de manera espontánea y natural sobre lo dificultoso que es ser artista en la actualidad. Siempre fue complicado, siempre fueron más los sinsabores que los gozos, en todas las épocas; siempre costó llegar al lugar anhelado, ubicarse, posicionarse y triunfar. Siempre fue mucho más trabajoso mantenerse, lograr el respeto de los pares y del público, sostenerse en la carrera a través del tiempo transcurrido, equilibrar la trayectoria con el éxito y el fracaso, en fin... siempre fue difícil ser artista, pero nunca como hoy. Porque este presente que nos toca en suerte en el mundo actual, está trastocado en códigos, méritos y valores. Esto ocurre en todos los órdenes de la vida y lógicamente se transfiere al ámbito artístico.
Hablo del mundo y por supuesto, hablo de nuestro país, Argentina. No voy a mezclar este comentario puntual con lo social, lo educativo y lo estructural porque no quiero desviarme de lo esencial del contenido central de la nota, pero es inevitable ensamblar una cosa con la otra, porque forzosamente van de la mano. Obviamente que este “cambalache” viene desde décadas atrás y no hay mejor ejemplo que la brillante letra de Enrique Santos Discépolo que reza: “cualquiera es un señor, cualquiera es un ladrón... ves llorar la Biblia junto a un calefón... No pienses más; sentate a un lao, que ha nadie importa si naciste honrao... Es lo mismo el que labura noche y día como un buey, que el que vive de los otros, que el que mata, que el que cura, o está fuera de la ley...”.
Hoy da lo mismo actuar bien, mal o no actuar, da lo mismo cantar, afinar, desafinar o ni siquiera entonar, da lo mismo bailar o no bailar, da lo mismo capacitarse o ser un ignorante, da lo mismo tener moral o no tenerla, da lo mismo... ¿da lo mismo?... No, no da lo mismo. No es igual una persona que estudió a otra que no lo hizo, no es igual alguien que intenta superarse con trabajo y esfuerzo a uno que se tira a chanta todo el día, no es igual ser talentoso que oportunista, no es igual respetar y respetarse a no importar nada de nadie... Nos quieren hacer creer que da lo mismo, que es igual, pero no lo es, sin duda alguna que no lo es.
Tengo muchos amigos que son actores, músicos, cantantes, magos, directores, infinidad de conocidos que bailan, escriben, producen, conducen, locutan y sé fehacientemente del esfuerzo, la lucha, la constancia, en muchos casos las privaciones, que les produce seguir con la profesión artística.
En mi caso personal, debo estar agradecido a la vida por haberme brindado la posibilidad de triunfar en mi profesión sin mucho esfuerzo y también de hacerme saber que nada es eterno, que sin empeño, sin tesón, sin trabajo, sin superación, sin temple y sin suerte, es muy ardua la permanencia en el sitio que uno logró en un momento determinado de la carrera.
El otro tema que va emparentado con todo lo mencionado es la capacidad de cada quien por mantener una línea de conducta y pensamiento, sin traicionarse a si mismo, ni mercantilizarse, cediendo ante el mejor postor.
Una discusión recurrente que mantengo con algunos amigos en las reuniones que nos suelen encontrar juntos asiduamente, es la de decidir qué hacer en un supuesto panorama complejo a nivel económico si surgiera alguna posibilidad de trabajar en un proyecto que vaya en contra de los ideales propios. La polémica siempre florece cuando en mi postura idealista quizás, (necia dirán otros, lo admito, puede ser...) resalto enérgicamente que no cedería a mis convicciones morales y profesionales ante una propuesta económica que vaya en contra de lo que pienso y creo, por mejor que sea la oferta. Conozco gente cercana a mí que ha cedido ante el poder del dinero, lo acepto porque cada uno es dueño de hacer lo que quiere con su vida y destino, pero no lo comparto para nada. Gente, inclusive, que respetaba y admiraba profesionalmente, pero que a partir de esa debilidad, dejé de considerar, no por la actitud de aceptar un trabajo (el trabajo honesto siempre es digno) sino por sentirme defraudado al escuchar un discurso determinado y una postura supuestamente concreta y segura, que llegado el momento de la tentación, se desmoronó como un castillo de arena.
Mi integridad y nobleza moral (algunos la pueden denominar estupidez) no la quiebran ni la fama, ni el poder, ni el dinero y no lo digo por soberbio ni nada que se le parezca, porque como he vivido épocas de abundancia, también he tenido de las otras; simplemente me refiero a que la dignidad, mi dignidad, ante mis hijos y ante mí, no tiene un precio material. Por eso remarco la frase con la que empecé esta narración: ¡Qué difícil es esta profesión! Cada vez se hace más complicado mantenerse, sin entrar en el juego mediático, lograr una continuidad de trabajo sin entremezclarse con la chabacanería, la promiscuidad y el “medio pelo”, intentar mantener una línea artística sin rozarse con lo burdo y lo patético. ¿Será cuestión de resistir, de buscar alternativas de autogestión (cada vez más escuetas) o de esperar hasta que aclare? Me pregunto y les pregunto: ¿Aclarará? ¿Cambiará esto? ¿Se modificará en algún momento o no hay retorno de este camino donde predomina el mal gusto, la mediocridad y el “dale, que va”?
Confío en el sentido común de las personas bien intencionadas, que rescatan la seriedad, el trabajo, la coherencia, el estudio, la capacitación, el talento y la educación antes que la plata, la fama, el poder, el raiting y el éxito. Espero no equivocarme, por el bien de nuestros hijos y de las generaciones que vengan y también por nosotros mismos..
MOTIVO
Espacio dedicado a toda clase de comentario libre y espontáneo, despojado de intereses de cualquier tipo (y mujer)
martes, 7 de septiembre de 2010
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