Hoy, 24 de marzo, se conmemora en
nuestro querido país, Argentina, el día nacional de la memoria por la verdad y
la justicia, que desde el año 2002, el Congreso de la Nación Argentina proclamó como
ley, para que todos los argentinos recordemos indefectiblemente esta fecha y
nunca más volvamos a permitir un atropello a nuestras libertades y al sistema
democrático.
La historia nos ha demostrado que
nuestra memoria como pueblo, muchas veces es muy frágil y el hecho de
conmemorar todos los años este día, obligándonos a mantener vigente la fecha en
la que se produjo el golpe de Estado que depuso el Gobierno constitucional de
1976, dando inicio a la dictadura militar más sangrienta de nuestra existencia
como Nación, hace que mantengamos presente hoy y siempre, la firme idea de no
volver a repetir esa dolorosa, cruel y nefasta experiencia NUNCA MÁS.
Los ya adultos, tenemos una obligación y
un deber para con las nuevas generaciones, de hacerles conocer el horror que
produjo en el país ese “Proceso de Reorganización Nacional” (como se
autoproclamaba la Dictadura Militar
de esa época) y transmitirles la convicción de que no hay nada mejor para las
sociedades, que vivir en democracia y en libertad.
Celebremos con plenitud nuestra
actualidad democrática como Nación, más allá de las concordancias y/o
desavenencias ideológicas, valorando nuestro presente social, anteponiendo la
libre expresión y el pensamiento independiente sin que nadie nos amenace, nos
torture, o nos mate por pensar diferente al otro.
¡Paz, armonía y libertad para todos, por siempre!
¡Paz, armonía y libertad para todos, por siempre!
LIBERTAD…
LIBERTAD…LIBERTAD…
Nacemos con libertad; pero hemos de aprender a ejercitarla. Se nos ha dado la capacidad de pensar y decidir por nosotros mismos; pero hemos de ajustarnos a la Verdad y al Bien, porque ambos existen, aunque en nuestra cultura relativista todo se cuestione.
Libertad, es palabra que oímos con
frecuencia en boca de la gente. La escuchamos en familia y en el parlamento, en
mercados y en las calles, escrita la vemos en paredes y pancartas, en los
libros y periódicos. Su utilización está bien vista y en ocasiones hasta se
hace indispensable pronunciarla. En una sociedad como la nuestra, rendida a sus
encantos, los hombres se creen libres cuando hacen los que les viene en ganas;
pero eso no es la libertad. La
Libertad con mayúscula es otra cosa.
A partir de aquí se explican
muchas cosas. En nombre de la libertad se han realizado proezas sin medida.
Hombres y mujeres han estado dispuestos a morir por ella. En nombre de la
libertad también se han cometido y se cometen muchos crímenes y abusos; si lo
sabría bien la musa de la revolución francesa Madame Roland, quien antes de
morir guillotinada en el París del siglo de las luces alzó su mirada hacia la
estatua de la Libertad
para decir “¡Oh libertad cuantos crímenes se han cometido en tu nombre”.
La palabra libertad en boca
de los mártires y santos puede que sea una de las palabras más hermosas de
nuestro diccionario; pero en boca de personas desenfrenadas puede infundirnos
pavor.
Las ideologías de las últimas
décadas nos han trasmitido un fervor idolátrico por la libertad y lo que
nosotros hemos hecho es quedarnos sin más con la palabra simplemente, sin
profundizar en su sentido. De su auténtica verdad hemos quedado huérfanos, la
hemos ido expurgando de todo compromiso, la hemos ido ensuciando hasta hacerla
irreconocible. La libertad ha llegado a ser sinónimo de permisividad. A más
permisividad más libertad, como si ambas fueran mitades de un mismo todo. Éste
es el drama de nuestro tiempo.
La libertad que a la gente
gusta es la que da derecho a todo y nos dispensa de cualquier deber. Es la
libertad exenta de responsabilidades y de cargas. Es la libertad del que dice:
que me dejen ser libre para vivir mi vida y poder saciar mis apetitos, libre
para entregarse a la perversión que más le apasiona, libre para hacer con su
cuerpo y con su vida lo que quiera, porque para eso es suyo. Libertad para
probarlo todo. Se pide libertad para poder entrar en barrizales de accesos
fáciles, aún a sabiendas de que una vez dentro va a ser imposible salir de
ellos, porque encadenan de por vida. Libertad, libertad en todo y para todo.
Esta y no otra es la libertad que a veces se predica, que a veces se bendice,
que a veces se tolera. En una sociedad así los jóvenes no tienen necesidad de
ser rebeldes o inconformistas porque todo se consiente. Gracias papá , gracias
mamá por comprenderme , por no cercenar mi libertad, por dejarme hacer lo que
yo quiero… Cualquiera puede ver por nuestras calles jóvenes, también niños y
niñas, arrastrarse por el suelo, víctimas del alcohol o de la droga. Siento
pena por ellos, porque me imagino cual puede ser su final… ¿qué se puede pensar
de una libertad así?
Aspirar a ser libres sin
ataduras de ninguna clase es un sueño imposible, pretender hacer y deshacer sin
tener que responder por ello ante nada ni nadie es una indignidad. Normalmente
sucede que quien comienza haciendo sólo lo que le apetece, acabe siendo lo que
nunca quiso llegar a ser. Responsabilidad de los gobiernos, de la sociedad, de
los educadores, de los padres, de todos es hacer de la libertad, expresión de
la suprema dignidad del hombre asociada al deber, a los compromisos y
exigencias de nuestra Naturaleza Humana, nunca un camino fácil hacia la degradación
y hacia la esclavitud de nuestras propias pasiones. En nuestro mundo
materialista y ateo aún se sigue hablando del ideal de la libertad; pero esto
es engañoso pues sin Dios la libertad no es posible.
Nunca como ahora el hombre se
ha sentido tan libre; pero ¿en realidad lo es? Habría que recordar al respecto
aquellas palabras de Goethe: “Nadie es más esclavo que quien se considera libre
sin serlo. No esperes que nadie te regale esta libertad de la que hablo, eres
tú quien tiene que conquistarla.
ÁNGEL GUTIERREZ SANZ
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