Enrique Pinti es un actor, humorista, libretista, adaptador, escritor y creador inmenso y abundante, que por su enorme talento y versatilidad autoral e interpretativa, es único e irrepetible. Siempre lo admiré artísticamente, me parece brillante como monologuista, muy lúcido relator de la actualidad y extremadamente crudo, detallista y vasto en sus conceptos. La ironía, también, es una de sus virtudes, junto con la perspicacia, sagacidad y sensatez que lo caracteriza, además de su frontal manera de expresarse ante la realidad social y política que nos toca en suerte. Hoy, en su semanal columna dominguera de la revista del diario La Nación, publicó una de sus tantas magníficas reflexiones, que muchas veces coinciden plenamente con lo que pienso y en ciertas ocasiones, me gustarían escribir a mí; por eso, quiero compartirla con ustedes:
Alguien dijo que la
felicidad no existe, sino que es un estado que se apodera de nosotros en
algunos momentos y luego desaparece. Es una de esas verdades relativas y muy
discutibles que durante los momentos duros y adversos solemos repetir. Nadie
duda de que la felicidad permanente es muy difícil -yo diría imposible- de
conseguir. Sería absurdo pretender que todo sea un lecho de rosas sin
sobresaltos ni complicaciones, como también negar cosas naturales que, aunque
nos llenen de dolor, nos van a ocurrir, como la muerte de nuestros seres
queridos y la propia, instancias para las que nadie está realmente preparado
pero que, preparados o no, tendremos que afrontar como todo bicho que camina. Y
así es la cosa: sabemos la fecha de nuestro nacimiento; la otra vendrá cuando
sea. Y está bien que ocurra de esa manera. ¿Qué sería de nosotros si, por algún
portentoso adelanto de la ciencia o de la magia negra, supiéramos la fecha
precisa de nuestra defunción y tuviéramos escrita en la partida de nacimiento
la caducidad de nuestra vida como si fuéramos un yogurt? Si no sabiendo ese
dato nos desesperamos por conseguir nuestros objetivos materiales y
espirituales de maneras a veces desorbitadas y precipitadas, imaginemos lo que
sería nuestra vida con la muerte con fecha determinada. Pisaríamos más cabezas,
moveríamos el piso de nuestros rivales con más energía y gozaríamos de los
placeres carnales con un desenfreno mucho mayor.
Cantaríamos
constantemente aquella popular canción de los años cuarenta: Por cuatro días
locos que vamos a vivir. Lo único relativamente positivo sería una
planificación más racional del tiempo que nos quede, pero siempre condicionados
para no perder ni un minuto meditando, sopesando causas y efectos de nuestros
actos. Por lo tanto, la sabia naturaleza nos permite desarrollar nuestra
existencia ignorando el futuro en su concepto más siniestro e inevitable y nos
da los instrumentos para construir nuestro propio destino. Dentro de esas
búsquedas está la de la felicidad, estado que es muy diferente para cada uno de
nosotros. Habrá quien sea feliz por vocaciones que le permitirán proyectarse
hacia los demás y ayudar al prójimo cuidando su salud, brindando esparcimiento
y alegría, o resolviendo problemas legales; otros serán felices a través de sus
hijos, padres y amigos, y, por qué no, algunos encontraran la esquiva felicidad
en la meditación solitaria de una vida interior intensa y plena. Lo peor que
nos puede pasar es equivocarnos en los objetivos, ponernos metas que sobrepasen
nuestras aptitudes, creernos otra cosa de lo que realmente somos y, como
resultado, vivir en una constante frustración, envidiar de mala manera a quien
consiga lo que nosotros pensábamos que debiera pertenecernos y, lo que es peor,
envenenar nuestra perentoria existencia con las sombras siniestras de la maldad
destructiva.
La felicidad existe
cuando uno sabe lo que quiere y lucha por conseguirlo y, desde luego, ese
camino estará lleno de atajos, desvíos, bloqueos y piedras obstructoras, pero
si no somos dañinamente obsesivos y sabemos esperar, la cosecha será
mayoritariamente positiva y por lo tanto feliz. Y si no se puede lograr todo lo
proyectado, valdrá la pena el esfuerzo, porque ya se sabe que el peor fracaso
es no intentar el éxito y que el verdadero éxito es el intento, ese que con
nuestra almohada compartimos cada noche como si fuera la primera o la última
(¿quién puede saberlo?). Por suerte la fecha de vencimiento está escrita en un
lugar que no conocemos.
ENRIQUE PINTI
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