Este espacio que dedico a la
gente que quiero es una satisfacción personal que me doy y un motivo más para
compartir con los que me visitan por aquí cuando pueden o quieren. Hoy, la
persona a la cual le dedico este segmento que titulo afectuosamente “Te Quiero”,
es para un amigo de toda la vida, o casi toda la vida, ya que nos conocemos
desde que íbamos al colegio primario en el Instituto Lange Ley. Estábamos en
grados diferentes, él era de los de “A” y yo de los de “B”, no nos
relacionábamos mucho por esos primeros tiempos de conocimiento escolar; las
temporadas fueron pasando, nosotros íbamos creciendo y un hecho policial, determinó
que nuestra amistad sea para siempre.
Si escribiera en algún diario
sensacionalista, podría titular la siguiente anécdota como “Le salvó la vida y
fueron como hermanos”, porque en realidad, Martín Guerrero (de él se trata)
salvó mi pellejo adolescente de una “patota” o lo que es lo mismo: una barra de
muchachos complicados, prepotentes y peligrosos que se juntaban en la plaza Malabia
del barrio porteño de Palermo, lugar donde vivíamos y asistíamos al colegio.
Según cuenta la leyenda, uno de estos muchachotes bravos que utilizaban su
tiempo libre en juntarse a molestar, provocar y pelear, gustaba de una chica
del Lange Ley que, decían los rumores estudiantiles de la época, se ilusionaba
conmigo sin yo saberlo. Como el integrante de la impetuosa pandilla, no era
correspondido y estaba al tanto del motivo de su rechazo por parte de mi
compañera, no tuvo mejor idea que planificar una emboscada para asustarme y
acuchillarme; sí, como lo leen: acuchillarme, navajearme, cortarme, herirme.
Martín, que por ese entonces ni siquiera tenía relación conmigo, se enteró del plan
siniestro por medio de un conocido que vivía cerca de él y también formaba
parte de otra barra (la de plaza Las Heras) y no dudó en informarlo a sus
padres, quienes a su vez lo hicieron con la dirección del colegio. Así fue que
citaron a mis padres para comentarles los hechos y mi viejo planifico una
estrategia para atrapar a los amenazantes mensajeros, dejándolos avanzar en su
intento hasta interceptarlos cuando quisieran acorralarme.
Esta pequeña historia, es el
comienzo de nuestra amistad firme y duradera con Martín Guerrero, hijo de
Francisco “Pancho” Guerrero y Noemí Rosa Castro, conocida popularmente como
Dorys Del Valle. El destino y la vida misma, a veces se empeñan en coincidir
relaciones y circunstancias, ya que nuestros padres se conocían mucho por el
hecho de trabajar en el mismo medio y hasta habían ganado un premio Martín
Fierro juntos, por un programa realizado en Canal 11 con un show especial del
cantante francés Gilbert Becaud, quien había venido por primera vez a la Argentina contratado por
mi viejo. “Pancho”, el papá de Martín, un reconocido y legendario director de
cámaras integral de nuestra televisión, fue el que tuvo a su cargo la dirección
del ciclo que mi padre produjo. Y varios años después, se reencontraron sin
saber mutuamente que nosotros éramos hijos respectivos de uno y otro.
A partir de esta inesperada
situación, nuestra amistad fue creciendo día a día, semana a semana, mes a mes,
año tras año y así pasaron casi 40 temporadas. Mucho tiempo juntos hemos pasado
de nuestras vidas, infinitos momentos compartidos que hicieron más fuerte
nuestra unión, sueños en común que a veces llevamos a cabo y otras veces,
dejamos en el camino, hechos de índole personal, familiar que acrecentaron
nuestra relación de amistad, frustraciones y logros mutuos que acompañamos en
forma recíproca, sucesos tristes y alegres que sufrimos y festejamos juntos, en
fin… innumerables vivencias entrelazadas que siempre tuvieron, tienen y
tendrán, seguramente, el humor, la diversión y la felicidad como denominador
común.
Si debo resaltar algo
característico de la personalidad de Martín, es su histriónico manejo de la
anécdota y la natural gracia que posee para describir hechos y situaciones; es
imposible encontrarme con él, sin reírme, sin divertirme, sin pasarla bien.
Tiene un Don natural para alegrarme y hacerme disfrutar risueñamente cada vez
que nos vemos y creo que a todos los que lo conocen, les sucede lo mismo. Con
él, me pasa algo que no me ocurre con nadie, tengo códigos tácitos que no sostengo
con otra persona; Indudablemente, la confianza y el cariño que nos tenemos
colaboran para esto, pero también creo que nos unen tantas cosas desde tan
chiquitos y nos conocemos casi de memoria, que es casi fundamental para este
acontecimiento. Martín es el único amigo que conservo de mi infancia en forma
cotidiana, diaria y pienso que esa “hermandad” elegida entre los dos, nos
mantiene implícitos rodeados de secretos y recuerdos.
Su familia es la mía y la
mía, la suya. Dorys, su mamá, me ha visto crecer y Celia, mi vieja, fue testigo
de su desarrollo; Fernanda, su hermana, fue, es y será la mía en muchas
ocasiones y Luciano (Lucky), mi hermano, también el suyo en tantas otras, su
abuela Rosita, fue mi abuela también y mi Nonna, su Nonna igualmente, mi viejo
Orlando, lo quiso entrañablemente y siempre lo destacó especialmente entre mis
amigos, “Pancho”, su padre, asimismo me brindó afecto y preferencia, Emilio
(Disi), con quien él convivió durante casi 20 años, también siempre me demostró
calidez y privilegio. Si de afectos hablo, el mío por su madre, Dorys, es vasto
y sincero, ya que la quiero mucho por su calidez, nobleza, honradez y
tenacidad, además de haber llevado adelante durante toda su vida, la bandera
del trabajo y el sacrificio, herencia de su madre Rosita, a quien recuerdo
siempre con enorme amor por haberme dado desde chico hasta sus últimos días tanto
cariño y ternura. Completando la trilogía femenina familiar de Martín, está
Fernanda, mi querida Fer, que se caracteriza por su bondad y sensibilidad y por
quien siento también mucho cariño.
Volviendo a nuestra amistad,
Martín y yo, nos hemos caracterizado por ser leales a nuestros principios y
sentimientos, respetándonos recíprocamente, a pesar de tener, muchas
veces, distintos puntos de vista; no es
nada fácil sostener relaciones por tanto tiempo de manera sólida y genuina, somos
humanos y seguramente no coincidimos en todo, pero nosotros hemos sabido llevar
adelante nuestro apego y compañerismo con armonía, y también con algunos
espacios de paréntesis, distanciamientos pasajeros, que el tiempo y el amor
bien entendido de amigos que establecemos desde hace tantos años, nos volvieron
al afectuoso lugar de siempre.
Tendría que utilizar mucho más
lugar en este blog para volcar aquí todo lo vivido junto a Martín Damián
Guerrero, pero me basta y sobra, por ahora, dedicarle estas líneas y decirle de
manera pública y abierta que lo quiero enormemente, tanto como sé que él me
quiere a mí.
¡Feliz cumpleaños!
¡TE QUIERO, MARTÍN QUERIDO!