Como todo artista que pretende mantener su ‘performance’
vigente, aunque sea ‘retro’, ‘vintage’ o “del recuerdo” (como suele denominarse
a la música que marcó época en décadas anteriores), trato de estar
interiorizado de las propuestas y tendencias del mercado actual, y esa
inquietud natural que siempre me caracterizó, hace que incorpore mis canciones
al mundo cibernético, no solo porque es lo que demanda el mercado, sino porque
es la manera de eternizar mi obra musical en el universo tecnológico contemporáneo,
y posibilitar que los que me conocen, tengan acceso a algunos temas que han
marcado su vida, y las nuevas generaciones, puedan descubrir mis canciones, espontáneamente.
Transcribo una nota de Fabían Aranda para el sitio World
Groove, que me parece muy instructiva y clara para entender el mecanismo comercial
que ha generado internet en el negocio de la música.
Desde su más tierna irrupción en este perro mundo, Internet ha ido cambiando, algunas veces poco a poco y otras de manera acelerada y radical, las reglas de muchos ámbitos del quehacer humano: desde la cotidianidad y costumbres de una buena parte de la población mundial hasta las formas de gobernar, vigilar y castigar, dicen por ahí. Pero, sin duda, una de las realidades que más ha trastocado, para bien o para mal, la expansión de LA red, es el modo en que operan ciertos negocios, la industria de la música entre ellos.
Que nuestras formas de escuchar y consumir música han cambiado mucho gracias a Internet es algo de lo que no cabe la menor duda. De hecho, el cambio ha sido tan sustancial que muchas veces llegamos a confundir lo uno con lo otro, es decir, parece que no hay diferencia entre escuchar y consumir música. Al margen de lo que está diferencia implica, y que da para una reflexión bastante profunda, quiero compartir hoy con usted, querido lector, seis desarrollos que están impactando la manera en que los músicos se ganan la vida; seis tipos de plataforma en los que muchos encuentran una herramienta para proyectar de mejor manera su trabajo artístico en el mercado global y en los que tantos otros acaban, de plano, perdiendo el norte. Por hoy, abordemos dos: el streaming y el crowdfunding.
Escuchar sin poseer: Streaming
El primer tipo de plataforma es quizá el más radical de todos, pues quiebra por completo la tradicional idea del consumo musical: aquella en la que por una cantidad X de marmaja, el escucha adquiere canciones. Hasta hace bien poco, dicha adquisición se entendía de manera física. No sólo hablamos acá de los discos y todos los formatos habidos y por haber que tendemos a almacenar en nuestros estantes, sino también a los sistemas de descarga, pues el archivo digital no deja de estar albergado en un soporte físico… ¿o acaso no se desatan tragedias personales cuando el café cae sobre el disco duro o un apagón acaba por quemarlo?
Las plataformas de streaming han cambiado esta idea de manera radical. Pero seguro se estará preguntando qué rayos es una ‘plataforma de streaming’. Básicamente, una plataforma de streaming es una aplicación que le permite reproducir música sin que esta esté almacenada en su disco duro. De manera remota, su equipo de cómputo accede a los servidores del proveedor para transportar y traducir cierta cantidad de código. Dicho en otros términos, usted no compra las canciones, sino que las alquila.
Lo anterior quizá pueda sonarle raro si usted es un usuario, por ejemplo, de la versión gratuita de Spotify, pues no desembolsa un solo centavo para poder escuchar las canciones. ¿Cómo, entonces, puede decirse que Spotify es un negocio? De dos simples formas: si usted cuenta con la versión Premium, sí que ha pagado (y Spotify nos presumió en marzo de este año que ya son 50 millones de usuarios que pagan); pero si no lo hace, forma parte entonces de los otros 60 millones de usuarios que, cada tanto, escuchan mensajes de los anunciantes de Spotify. Mensajes que, por supuesto, tienen un costo.
Voy a dejar pasar, arbitrariamente, la discusión al respecto de qué plataforma es mejor en calidad, ética y rentabilidad para los artistas y consumidores, pues esa es harina de otro costal. Lo cierto es que estas plataformas (Spotify, Tidal, Deezer, Apple Music) han cambiado nuestro modo de concebir el consumo musical en dos sentidos fundamentales:
El primero de ellos es que, de qué callada manera, la música está siendo devuelta a su calidad de servicio y no de bien. Y es que hace muchos, pero muchos años, cuando no existía la posibilidad de grabar las canciones, los músicos se alquilaban por un rato para tocar. Luego todo cambió gracias a las invenciones de la imprenta y el fonógrafo, pues la música pudo encapsularse en un algo físico que se poseía.
El segundo de ellos es más bien pernicioso, aunque paulatinamente este efecto se ha venido abatiendo. Se trata de la tendencia a cero del valor de la música. Para explicar esto hace falta solo una pequeña operación aritmética: suscribirse a Apple Music cuesta diez dólares al mes y al pagar esta suma, el usuario tiene la posibilidad de acceder a un catálogo de 40 millones de canciones, en números cerrados. O sea que, potencialmente, usted paga 0.00000025 dólares por canción. ¿Suena bien? Parcialmente, pues el efecto negativo es que la creación musical atraviesa por un proceso de infravaloración muy difícil de combatir y que acaba rebotando en otros ámbitos de la industria.
Para los románticos de la música, habría que sumar un tercer cambio que, aunque no es tan radical como los anteriores, sí que trastoca ciertos hábitos de consumo y escucha: la desaparición de los formatos físicos. A las nuevas generaciones esto les puede parecer un tanto ridículo, sin embargo, hace no tantos años, comprar un disco era todo un ritual: para empezar, había que decidir qué disco comprar y ya eso significaba cazar singles en la radio, leer dos o tres reseñas y aventurar una cantidad para ver si el resto del álbum era tan bueno como el single.
Una vez tomada la decisión, tocaba ir a la tienda –¡Oh, melancolía! Silvio Rodríguez dixit-, buscar el ansiado tesoro y regresar a casa con el paquete en las manos. Abrirlo, verificar que no estuviera rayado, depositarlo en el reproductor y, por fin, pulsar play y deleitarse tema a tema, mientras los ojos paseaban por los bellos diseños de los booklets. Todo un ritual que muchos seguimos practicando pero que, sin lugar a dudas, tiende a perderse cada vez más.
Convertirse en socio del artista: Crowdfunding
Los que precedemos a la generación del myspace, las redes P2P y el streaming, solemos recordar con cierta nostalgia a una figura clave de la industria discográfica tradicional: el rastreador de talentos, el insigne miembro de los departamentos de A&R (artistas y repertorio) de aquellas monstruosas corporaciones, cuya función era decidir quién grababa y quién no. Recordamos a esas figuras con nostalgia, pues muchos soñamos con ser uno de ellos: los de espíritu aventurero viajando por el mundo, recorriendo bares y garajes en busca de un diamante en bruto; los sedentarios, anclados en sus oficinas y recibiendo todos los días demos y más demos.
Una vez más, Internet hizo y está haciendo de las suyas. En este caso, las plataformas de crowdfunding no se relacionan directamente con el consumo y distribución de la música, sino con un tema que, apenas mencionarlo, pone a temblar a más de un artista: el financiamiento.
Crowdfunding, financiamiento en masa, micro-mecenazgo, asociación de capitales libres en pequeña escala. Podemos llamarle de mil formas, pues sus posibilidades son medianamente inaprehensibles. ¿Qué es el crowdfunding? Imaginemos que usted tiene un proyecto. Una banda que mezcla klezmer con rockabilly y música de circo. Por más calidad que tenga, por mucho que pudiera gustar, ningún A&R se atrevería a validar semejante disparate. La razón es simple: demasiado riesgo en una inversión que pudierafuncionar, pero pudiera no hacerlo. La coperacha armada entre cuates y familiares probablemente le serviría para armar un demo cuando menos decente. Pero de ahí a grabar un álbum hay un abismo de diferencia. Y sin embargo, usted sabe que su propuesta tiene futuro. ¿Cómo financiarlo?
El crowdfunding parte de una idea básica: ahí afuera, fuera de las grandes estructuras comerciales y los subsidios gubernamentales queremos decir, hay gente con proyectos y sin dinero para ponerlos en marcha, pero también hay un público cansado de la oferta “cultural” clónica y plástica, del mainstream, y que está dispuesto a consumir ideas frescas. La solución: ponerlos en contacto.
La triada de este sistema está compuesta por los creadores, los intermediarios y los financiadores. Por creadores se entiende todo aquel demente que tiene una idea y está necio por darla a conocer al mundo. Los intermediarios son otra tanda de desequilibrados que insisten en que el contexto cultural no es acotado, pero que hay pocos impulsos para su expansión: entonces generan una plataforma virtual para pedir dinero. Los financiadores, finalmente, son los más deschavetados: gente dispuesta a dar su dinero para concretar alucinaciones ajenas.
Este sistema de financiamiento masivo implica al menos tres procesos completamente nuevos:
En primer lugar, un empoderamiento real e inédito del consumidor. Por primera vez en mucho tiempo, el público está en posibilidad de decidir no sólo lo que consume sino lo que se produce, al tiempo que interactúa con una oferta diversa y que está en posibilidades de construir.
En segunda instancia, el crowdfunding genera una independencia mayor para los artistas y creadores. Son ellos los que definen forma y fondo, tiempo y presupuestos. Pero sobre todo, pueden valuar su trabajo. En el fondo, esto representa, de alguna manera, la evasión de una larga historia de contratos amañados, la pérdida de privilegios sobre su propia creación y la incapacidad de decidir cómo y dónde exponer su música.
Tercera ventaja: el laberinto de instancias creadas entre el músico y el escucha se simplifica. La enorme lista de intermediarios (departamentos de A&R, de marketing, managers, minoristas, jefes de prensa) se reduce notablemente. Y si bien esto genera que el músico tenga que buscar una mayor eficiencia en la colocación de su obra, también provoca una relación de corresponsabilidad entre quien crea y quien escucha.
¿Nombres? En este caso tenemos a un gigante: Kickstarter. También están Indiegogo, Lánzanos, Fondeadora, Verkami, Kiss Kiss Bank Bank, Siamm… y así podríamos seguir. Lo interesante de este tipo de plataformas es que su modelo de financiamiento es ganar-ganar-ganar, pues los tres agentes resultan beneficiados: el creador al poder dar cuerpo a su proyecto; el intermediario al cobrar una comisión fija del monto a recaudar y el financiador al recibir recompensas exclusivas por parte del creador.
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