Compartir esta publicación, en parte, me significa una supuesta descompresión intelectual, que baso en mi sentimiento dolido, como una forma de desahogo y exteriorización cibernética para expresar la desazón que me invade, pero siento que no alcanza con solo expresarlo. A medida que voy creciendo, viendo pasar gobiernos de todos los colores habidos y por haber, con algunos en los cuales he confiado y otros, rechazado rotundamente, percibo con pesar que el tema central que nos aqueja es la corrupción sistemática general, la voracidad, mezclada con el cinismo de muchos y la ambición desmedida de otros tantos que, en vez de disminuir, crece. Ojalá podamos ser testigos de esa mejora general que las personas bien intencionadas ansiamos para que la vida que nos toca en suerte a todos sea más digna, más equitativa, más laboriosa y más amorosa. Para que esto ocurra, deberíamos modificar, como regla principal, ciertas actitudes discriminatorias; en segundo orden, erradicar el odio que un sector volcado a ideas extremas y fundamentalistas, irradian constantemente y, en tercer lugar, asumir que los únicos que podemos revertir la triste realidad social que nos agobia, somos nosotros mismos. No existen políticos mágicos, ni mesías celestiales que solucionen los problemas existentes. Hasta que no reaccionemos ante esto, todo seguirá de mal en peor. Viendo, escuchando y leyendo a ciertos personajes de la rosca política, esta idea es un poco utópica, pero sigo bregando por una vida mejor, sin más miserias egocéntricas, sin más hipocresías intrínsecas, ni más desgracias humanas. A pesar de las injusticias, las bajezas, las agresiones y el maltrato existente, me ilusiono por más solidaridad, más rectitud, más moderación, más ecuanimidad, más amor y más trabajo. El trabajo se lleva bien con el amor, que, a su vez, se lleva bien con la paz y la paz, genera armonía y concordia. Y es lo que tenemos que alcanzar.
¡FELIZ DÍA DEL TRABAJADOR!
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