Decir lo que se piensa, muchas veces, tiene un costo, ya sea social, político o personal, y, por lo general, se empiezan a expresar los sentimientos francos cuando uno va creciendo y palpa que vale más la sinceridad que cualquier otra opción para estar tranquilo con sí mismo. Nunca toleré la hipocresía, y, si bien, en algunos momentos de la vida, todos hemos ocultado ciertas cosas o no las hemos dicho para no entrar en conflictos puntuales, o no herir susceptibilidades en determinadas circunstancias, siempre he preferido mostrarme como soy. Como cualquiera, tengo defectos, imperfecciones y equivocaciones, pero siempre siendo leal a mis convicciones y creencias, porque entiendo que el capital más importante que uno puede conservar es la fidelidad a la esencia propia. Desde hace unos años, he comprobado que muchos callan su opinión, la esconden, se dejan apabullar por el temor o dicen que piensan lo que otros consideran, aunque no sea verdad. Una de las sensaciones más placenteras para el alma es ser libre, de pensamiento y expresión, así que, a pesar de todo lo que puede provocar para algunos ser verdadero y pese a todos aquellos que optan por la agresión y el hostigamiento, elijo la libertad en toda su dimensión. En esta época de confinamiento y obediencias sumisas, mantener la libertad interior, también ayuda a estar mejor. Ser libre es ser independiente, no depender de nada, ni nadie y, en definitiva, es respetarse y honrarse personalmente para hacerlo, también, con el prójimo.
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